En esta foto tomada desde Las Hoyas en 1987, es decir dos años antes de los
derrumbamientos que obligaron a cortar la carretera, se aprecia perfectamente la obra realizada en Peñascasicas entre 1935 y 1945. Foto: Joan Ros

Ramón Donisio recuerda los años en que la carretera superó el escollo de Peñascasicas.

Acostumbrado a su presencia, es difícil hacerse a la idea de cómo era Peñascasicas setenta años atrás. Hay que imaginarla sin la cicatriz de la carretera: una ladera interminable de unos doscientos metros que dibujaba un recodo en el fondo del valle. Peñascasicas impresiona aún vista desde la carretera, tanto si se mira hacia arriba como si se dirige la mirada hacia abajo. Significaba, para Fuentes, una auténtica muralla. Su desaparición fue un trabajo duro, peligroso, marcado por el parón de la guerra civil. Uno de los protagonistas de aquella obra fue Ramón Donisio, entonces barrenero, que aún recuerda la historia que envolvió el fin de la muralla.

Ramon Donisio. Verano de 2003. Foto: Joan Ros
Las tardes de verano Ramón Donisio sale de su casa en la calle del Horno y con paso tranquilo se acerca hasta la plaza de la Iglesia. Es un hombre corpulento, con el cabello blanco y grandes gafas de concha tras las que se esconden unos ojos vivaces, chispeantes. Es, además, un tipo discreto: se sienta en una silla y observa la partida. Puede pasar mucho tiempo sin hablar, simplemente observando. Es un hombre callado pero tiene muchas cosas que contar. Cuando escarba en su memoria los recuerdos afluyen con naturalidad y de tanto en cuando una sonrisa se le dibuja en un rostro mucho menos maltratado de lo que pudiera pensarse a la vista de su historia.

La plaza de la Iglesia era muy distinta cuando Ramón Donisio la cruzaba hace setenta años para llegarse hasta Peñascasicas. Ramón Donisio era picador y fue una de las personas que hizo posible que la carretera sortease el escollo de la montaña para llegar finalmente a Fuentes. Fue, por tanto, uno de los artífices de la brecha abierta en esa barrera natural que se alzaba unos doscientos metros por encima del lecho de la Rambla de Ayódar.
Aquí había una olivera y el camino pasaba justo pegado a la Iglesia”. La plaza sobre la que emergen unos plátanos ya robustos que plantó en los años cuarenta Vicente Sebastiano y una fuente de falsete que a medida que pasa el tiempo parece más auténtica, no existía cuando Ramón Donisio y sus vecinos de Fuentes empezaron a socavar la montaña con sus barrenas.

El origen de la plaza de la Iglesia.
Aquellas rocas partidas en mil pedazos están hoy mucho más cerca de lo que se podía suponer. El muro sobre el que se asienta hoy la plaza de la Iglesia es fruto de aquellos escombros. "Traían la piedra con carros, por aquél camino estrecho", cuenta Ramón. "En la alcantarilla tenían que hacer un puente -recuerda-, pero para ahorrar decidieron rellenar el agujero con la "runa" que íbamos sacando de Peñascasicas".

Para ir y volver de Peñascasicas utilizaban el camino del cementerio. En el pueblo se malvivía, las huertas apenas daban para el sustento cotidiano. Por eso todo aquél que tenía fuerza suficiente trataba de encontrar trabajo en la carretera. Muchas personas de Fuentes trabajaron en aquellas obras "porque no había más jornal que ese", como recuerda Ramón Donisio, que entonces tenía 26 años. Y desgrana unos cuantos nombres. "Ya quedan vivos muy pocos: Guillermo, Tomasico, Salvador "el estanquero"... Pero no olvida que su compañero de barrena era Francisco, el de Lucía, y que por allí andaba también Paco Barases.

"Trabajar en Peñascasicas era muy peligroso, porque era piedra enlosada y la barrena se enganchaba mucho, era piedra muy mala de barrenar. A veces teníamos que hacer los agujeros de cuatro metros de hondo". El desmonte empezaba por arriba y a medida que bajaban la situación se complicaba. Debían descolgarse con cuerdas atadas a la cintura y colocarse en posiciones muy difíciles para practicar los agujeros que les permitirían introducir los cartuchos de dinamita.

Jornales para ir tirando
Y de cuando en cuando se producían derrumbes, porque la peña está llena de cavidades. Ramón Donisio recuerda que las obras dejaron a la vista muchas cuevas, algunas "grandes, como refugios, en la parte de arriba, al lado del camino, el que desapareció hace unos años", cuando nuevos derrumbamientos obligaron a cortar la carretera durante varios meses y colocar protecciones para evitar la caída de rocas a la calzada. En su memoria también aparece "una cueva grande en medio de la montaña, que parecía como si alguien hubiera vivido allí, porque encontramos piedras de afilar".

Las obras de la carretera permitían juntar algunos jornales para ir tirando. Una barra de pan o medio litro de leche costaban entonces 0,35 céntimos de pesetas, una cantidad que hoy, pasada a euros, resulta tan insignificante como difícil de precisar: algo así como dos centésimas de euro, es decir, la mitad de la mitad de la irrelevante moneda de un céntimo de euro. Más barato era aún un litro de vino peleón, por el que se pagaban 0,25 céntimos de pesetas. Pero a fin de cuentas, pocos dineros se gastaban entonces en Fuentes en esos productos. Si acaso, en el vino de la taberna, que procedía de las propias viñas del pueblo. El pan se lo hacía cada uno en el horno y para leche servía la de las cabras. En aquellos años de hambre y convulsiones las familias salían adelante con sus propios recursos: una huerta y algunos animales. Pero esas cantidades hoy tan inverosímiles eran duras de ganar. Ramón Donisio recuerda que "algunos cobraban 18 reales al día. Nosotros, por nueve horas diarias, cinco pesetas con cincuenta céntimos, aunque luego nos lo subieron a seis pesetas” (es decir, algo menos de cinco céntimos de euro).

Abocados a la Guerra Civil
Estamos en 1935 y el país camina sin remedio hacia la guerra civil. Fuentes era un pueblo aislado, incomunicado, y la carretera iba a ser la primera gran obra para romper su aislamiento. Aún pasarían unos quince años hasta que fuera asfaltada, unos años en que Vicente“Sebastiano” se cuidó de mantenerla en perfecto estado. La carretera, no obstante, propició la apertura de la línea de autobuses Furió y este hecho sí que significó realmente el fin del aislamiento, aunque en Fuentes aún pervivía la sensación de pueblo olvidado, porque no fue hasta 1947 que llegó la electricidad y hasta 1978 que se pudo beber agua en el propio pueblo, sin necesidad de acarrear botijos y cántaros desde la fuente del Cañar.

El aislamiento en que estaba sumido Fuentes antes de la guerra no evitó –o quizá lo propició- que hasta allí llegaran los refugiados del conflicto. Las cuevas de esas montañas que flanquean la carretera se llenaron de familias que huían del frente. La guerra civil todo lo paró. La carretera llegaba entonces hasta el puente del barranco Sabartés, pero hubo problemas con los contratistas, que no sabían de quién iban a cobrar, y con los comités revolucionarios, "que querían cobrar sin trabajar", y al final las obras se paralizaron. Allí quedó, como testigo, una apisonadora -"un rulo", como le llama Ramón Donisio- que pasó diez años oxidándose junto a la alcantarilla antes de que alguien acabara por llevársela.

Refugiados en las cuevas
Los refugiados ocuparon sobre todo“las cuevas del barranco Sabartés", según precisa Ramón Donisio. Habían llegado de Castellón, de Oropesa. Otros, que venían de Málaga, recuerda Ramón, se instalaron "en casa del cura y en casa de María la de Pedro, que vivía encima del horno". En los recuerdos de Ramón Donisio aparece también el olmo que se levantaba frente a la iglesia,“donde ahora está la fuente", señala convencido, y que fue talado por los refugiados durante la guerra "para hacer leña".

Mientras unos llegaban, otros emigraban y él tuvo que marchar al frente. Fue enviado a Teruel y allí pasó el tiempo cavando trincheras: en Fontanete, en Oropesa y Cabanes, hasta que entraron los nacionales y se trasladaron a Valencia. Y como no podía ser de otra forma, fue destinado "a un polvorín en Villafranca del Cid, junto a otros cuatro soldados". Así que después de pasarse el último año rodeado de dinamita, tuvo que pasar otros cuatro meses de la guerra en medio de mechas, pólvora, cartuchos y munición.

Los carros sustituyen a las mulas
El fin de la guerra no le sirvió a Fuentes para acabar con su aislamiento. Siguió incomunicado aún unos cuantos años y no fue hasta 1944, según cree Ramón Donisio, que se reanudaron las obras de la carretera. Hay versiones contrapuestas sobre cuándo se reemprendieron los trabajos y, por tanto, sobre cuándo acabaron, porque hay coincidencia en que duraron un año o poco más. Era, de todas formas, una obra inacabada, según apunta Salvador Mir Bou, sobrino de Ramón Donisio, porque el proyecto original señalaba que la carretera tenía que unir Burriana con Viver. De hecho, se trataba de una vía de cierta importancia y en algunos mapas incluso quedó señalada.“Y no veas las maldiciones que soltaban los camioneros que llegaban hasta aquí creyendo que continuaba hacia el interior y tenían que dar la vuelta”

Así que en 1945, o 1946 a lo sumo, la vida en Fuentes de Ayódar daba un vuelco espectacular. Con una guerra de por medio y diez años de obras intermitentes, la carretera lograba salvar la muralla de Peñascasicas. Así que los carros sustituyeron a las mulas y a los machos para bajar a Onda con las gavillas que quemaban en los hornos de cerámica. Se acabó sortear el difícil camino que llevaba hasta lo alto de Peñascasicas. Ramón Donisio recuerda que en aquellos tiempos tardaba unas cinco horas en llegar a Onda con la mula. Lo sabe bien, porque empezó a hacerlo a los ocho años.

Barrena, pistolete y dinamita
Ramón Donisio en la ladera de Peñascasicas con la barrena en la mano. Foto cedida por Tere Mir
Ninguna de las herramientas que Ramón Donisio y sus compañeros de cuadrilla usaron para sajar Peñascasicas se utiliza ya. Ramón era barrenero, es decir, encargado de realizar los agujeros donde se introducía la dinamita. La herramienta fundamental era la barrena, una barra de hierro acerado de unos ocho centímetros de diámetro y entre un metro y medio y dos metros de alto con una punta afilada en forma de escarpa. Se precisaban tres personas para trabajar con ella: una que golpeaba y otras dos que la iban girando. El proceso consistía en ir golpeando la barrena contra la roca a medida que se giraba en cada golpe un cuarto de vuelta, con lo que se conseguía un agujero perfectamente redondo y de la medida precisa para introducir los cartuchos. Los herreros, imprescindibles para afilar las“bocas” de la barrena, formaban también parte de las cuadrillas.

Era piedra enlosada, muy mala de barrenar”-recuerda Ramón Donisio-, porque la barrena se enganchaba mucho”. Era un trabajo paciente y de mucha precisión, que dejaba la espalda molida. La maza con la que se golpeaba la barrena pesaba unos ocho kilos y en ocasiones los agujeros en la piedra caliza podían llegar a los cuatro metros de profundidad. Para extraer la tierra se empleaba una especie de caña con el final en forma de cuchara. En muchas ocasiones la barrena se utilizaba en lugares de muy difícil acceso, para lo cual los barreneros debían descolgarse con cuerdas y trabajar en posición muy forzada durante horas y horas. Antes de introducir la barrena se aplicaba el pistolete, también de hierro acerado pero de sólo un metro de longitud. La misión del pistolete era abrir camino a la barrena, pues sólo entraba en la roca unos diez centímetros. Antes de la guerra prácticamente no se utilizó el compresor, aunque cuando se reemprendieron las obras los instrumentos mecánicos facilitaron las cosas. Antes de eso, incluso los fragmentos de roca resultantes de las explosiones se retiraban de forma rudimentaria, cargados sobre unas parihuelas.
El punto final del trabajo de los barreneros llegaba con el dinamitero, el encargado de“cargar y dar el fuego”. Y a partir de ahí había que correr a ocultarse para no ser alcanzado por uno de los mil pedazos en que se iba convirtiendo la montaña, explosión tras explosión

Un grupo de trabajadores en Peñascasicas. En primer término, una parihuela que servía para transportar las piedras. Foto cedida por Tere Mir
Un Donisio con historia
Ramón, con su inseparable bastón, a sus 94 años. Foto: Joan Ros
Ramón Donisio no se llama Ramón Donisio. Ni siquiera Dionisio, con i entre la D y la o, como parecería lógico. Ramón Donisio no es otro que Ramón Bou Nebot. Y aunque la placa situada junto a la puerta de su casa de la calle del Horno dice claramente que aquello es Casa Donisio, la inscripción no hace más que sembrar confusión, porque a estas alturas ya es difícil saber si Donisio es una deformación de Dionisio, y, por tanto, la placa no hace más que perpetuar el error, o Donisio es efectivamente el nombre original y, por tanto, la placa no hace más que confundir a quienes creen que se trata de un error.
Sea como fuere, lo que importa es que Ramón Donisio tiene 94 años, pero –perdón por el tópico- nadie lo diría. Nació y vivió en Fuentes de Ayódar hasta los 50 años y luego se fue a Villarreal. Vivió en Fuentes pero viajó. No tuvo más remedio que viajar, siempre con el mismo propósito: la siega.
Tenía 16 años la primera vez que fue a recoger el trigo a Aragón. Cinco días de camino junto al macho, durmiendo en la “posada la estrella”. Y Ramón Donisio suelta una risa cuando nota que su interlocutor no ha entendido la broma: la “posada la estrella” no es más que dormir al raso.
Su equipaje cabía en un saco de esparto que cargaba a la espalda,“como ahora llevan las mochilas los muchachos”. Iban a Castejón, en los Monegros. Más de veinte julios ha pasado Donisio en Castejón durante el tiempo de la siega. Pero también se llegó hasta Zaragoza y hasta Huesca. Iban ya contratados desde Fuentes: un duro y la comida, eso era todo. Y hasta Madrid llegó, en los últimos años, casi ya cumplidos los cuarenta, cuando cobraban diez pesetas al día.
Ramón estuvo casado con Engracia, que murió con 90 años en junio del 2002. Ramón y Engracia tuvieron tres hijas: Fany, Tere y Luisa, y cuando se le pregunta por qué llamaron Fany a la primera (un nombre nada usual en aquellos años y en un pueblo) suelta otra risa y dice que no lo recuerda. “Y eso, qué más da”, parece pensar.

Texto: Juan J.Caballero Gil (Agosto de 2003)